V
El siglo XIX marcó un nuevo ciclo
dentro de la vida política, económica y cultural de México. Los procesos de independencia de principios de
siglo llevaron a la conformación de la mayoría de los estados nacionales de
América, solo con algunas excepciones, por ejemplo, Brasil, República
Dominicana, Cuba que se independizarían más tarde. El siglo XIX o decimonónico
estuvo marcado por los debates y pugnas entre los liberales y los conservadores,
quienes basaban sus ideas en la política europea imperante en la época. Increíblemente y –como ya lo apuntaba Alexander von Humboldt
durante su visita a América y a la Nueva España-, México era un candidato para
optar por una Monarquía Constitucional. No estuvo nada errado en sus predicciones, pues efectivamente al término
de la Independencia Agustín de Iturbide (quien ya había pactado con los
Insurgentes) se erigió como Emperador del Primer Imperio Mexicano entre 1822-1823.
Más tarde y al disolver el Congreso, en el que tampoco contaba con muchos
amigos, Iturbide no pudo contener el Plan de Casa Mata, mismo que le daría el
protagonismo a uno de los personajes más controvertidos del siglo XIX mexicano:
Antonio López de Santa Anna (1794-1876) para derrocar al primer emperador.
Una década más tarde, Valentin Gómez Farías
(1781-1858), presidente de México y de ideología liberal, y quien se alternó en
varios periodos entre 1933 y 1934 la presidencia con Antonio López de Santa Anna,
estaba decidido a sacar a la Iglesia de los temas de competencia civil, como
por ejemplo, en el concerniente a la educación.
La Real y Pontificia Universidad de México se encontraba en manos de
los elementos más conservadores y fanáticos del país, que detentaban el control
de la educación y la cultura; preparaban y orientaban a la juventud en contra
de los principios liberales y progresistas, constituyendo aquella institución
el centro aristocrático de enseñanza de los sectores clericales y reaccionarios
de la República, por lo que a ella no podían llegar fácilmente los jóvenes de
la clase popular, carentes de recursos o de influencias.[1]
Por eso, el 21 de octubre de 1933 Gómez Farías suprimió la Real y Pontificia
Universidad de México para crear la Dirección de Instrucción Pública, con esto
daba un carácter público y científico a la educación en México y a los estudios
medios y superiores. (Para más información sobre los reglamentos de la
época ver aquí)
“Según la perspectiva de los liberales, en las
universidades se impartían conocimientos poco útiles, además, siendo éstas controladas
por el clero eran focos de oposición.”[2] Así y a pesar de la conformación de la
Dirección de Instruccion Pública (la que más tarde sería nombrada como Secretaría
de Educación Pública, SEP), las nuevas instituciones y recintos educativos
sufrieron los embates de la época, por ejemplo, la intervención norteamericana,
la pérdida de casi medio territorio a
manos de los estadounidenses, de la imposibilidad de poblar esos lejanos
territorios y de leyes que aún no terminaban de forjarse cabalmente en el
todavía naciente estado mexicano. Así,
durante la primera mitad del siglo XIX la Universidad de México experimentó una
serie de clausuras y reaperturas (1833, 1857, 1861) hasta que finalmente y
durante el Segundo Imperio, bajo el gobierno de Maximiliano de Habsburgo se
cerró definitivamente la Universidad el 30 de noviembre de 1867. La Universidad
había caído en una crisis acerca de su misión, su forma de regirse y sobre todo
era evidente la necesidad de una reestructuración. A partir de esto, la Dirección de
Instrucción Pública estableció en el D.F., una serie de Escuelas Nacionales que
suplirían los estudios anteriormente impartidos por la Universidad. De esta manera fue como se
estableció la Escuela Nacional Preparatoria (Fundada en 1868), la cual fungiría
como columna vertebral de la nueva organización educativa[3], basada en los ideales del positivismo francés
de Augusto Comte, introducido en México por Gabino Barreda (1818-1881), quien
impulsó el lema de “amor, orden y progreso”. Paradójicamente la Universidad de México se
mantuvo cerrada durante todo el porfiriato (1876-1880 y 1884-1910, si tomamos
en cuenta el 20 de noviembre como inició de la fase revolucionaria o hasta 1911
cuando Díaz se embarcó a Francia) y fue precisamente a Porfirio Díaz quien el 22 de
septiembre de 1910 –en medio de los festejos del Centenario de la Independencia
de México y ya a la víspera de la Revolución Mexicana-, se le “ocurrió”
reabrirla, no ya como Real y Pontificia Universidad de México, sino como
Universidad Nacional de México.
Pero, sobre este periodo y los antecedentes de la
Universidad Nacional Autónoma de México les hablaremos en la próxima
entrega.
(¡Esperamos sus comentarios!)
La Universidad, durante el siglo XVIII y XIX, se mudó a las calles de Corregidora y Erasmo Castellanos y como podemos ver en la foto de arriba, en el patio de la Universidad se ubicó la famosa estatua "El Caballito", la cual hace alusión al rey Carlos IV de España, ¡ni más ni menos! Un símbolo ultra conservador si lo vemos con los ojos de la época y al mismo tiempo una excelsa obra de arte que ha sobrevivido a todos los vaivenes políticos mexicanos y a los restauradores...
[1] Ver “El laicicismo en la
Historia de la Educación en México”, en: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/pedagogia/laicismo/2.html
(24.01.2014)
[2] Cfr. Márquez Carrillo, Jesús: “La educación
pública Superior en México durante el siglo XIX”, en: http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_28.htm
(24.01.2014)
[3]Ver Marsiske, Renate: „La
Universidad de México: Historia y Desarrollo”, p. 17, en: http://www.redalyc.org/pdf/869/86900802.pdf
(24.01.2014)
*Foto: http://ciudadintima.blogspot.de/2013/07/la-antigua-universidad.html